Colecciones que respiran, crecen y cambian con el tiempo: las colecciones vivas

Tatiana Salazar Valeciano
Bachiller en periodismo, Universidad de Costa Rica
Asistente del Museo de la Universidad de Costa Rica

Serpentario del Instituto Clodomiro Picado. Plato Negro (Lachesis melanocephala), endémica de Costa Rica. Fotografía: Marco Díaz Segura

  • Estas colecciones poseen un gran potencial para uso educativo.

Al hablar de colecciones vivas, se debe pensar en el dinamismo. Las especies que las conforman se caracterizan por estar in situ, ‘en su lugar de origen’, donde respiran, crecen y se transforman con el tiempo. En la Universidad de Costa Rica (UCR), estas colecciones se pueden encontrar en reservas biológicas, jardínes botánicos, zonas agroforestales y fincas agroexperimentales. Además, esta casa de estudios posee colecciones vivas de patógenos poscosecha (hongos) en laboratorio, así como una de serpientes vivas, la más importante en América Latina.

Como parte de su aporte educativo, estas destacan porque brindan la posibilidad de conocer la dinámica de los sistemas naturales y de zonas de regeneración. “Por ejemplo, para conocer ciertas características de especies de un bosque primario que se crían en cautiverio o que se reproducen en un jardín botánico. También, para conocer detalles para la economía, la educación; en otros casos, para conservar especies que tienen grados de vulnerabilidad, hacer demostraciones en lo agronómico, o preservar el patrimonio agronómico y alimenticio de muchas comunidades del país en su estado natural”, explicó Marco Díaz, curador de historia natural del Museo de la Universidad de Costa Rica (Museo UCR).

Los responsables de estas colecciones realizan un proceso de inventario, catalogación y preservación de las especies que en estas se encuentran, las cuales posteriormente son utilizadas para la investigación y para la educación de la población. Sin duda, este es un proceso vital para fomentar y comprender la relación de las colecciones vivas y las personas.

“Para poder abrirlas [las colecciones] que la gente se involucre, se apropie y que al final de cuentas logren preservarla, hay que conocer cuál es el recurso que se tiene para poder ofrecer detalles curiosos que involucren a las personas en lo que es cuidado del ambiente. El problema es que no tienen muchas veces la conciencia de que se trata de una colección, no tienen ese concepto muy claro”, añadió Díaz.

El registro de las especies que conforman cada colección depende del lugar en el que se ubique. Por ejemplo, en las colecciones de patógenos y en el Jardín Lankester, se realizan inventarios y se incluyen las nuevas especies que forman parte del patrimonio natural. En el caso de la de las reservas o los bosques naturales, el proceso es más complejo, ya que las especies de plantas son dinámicas y alguna puede desaparecer, lo que dificulta el proceso de registro.

Colección de Mango. Estación Experimental Faubio Baudrit Moreno. Fotografía: Marco Díaz Segura

Colecciones con años de existencia y de aportes a la educación

Según Diaz, una de las colecciones vivas más antiguas está en el Jardín Botánico Jose María Orozco, ubicado en las instalaciones de la UCR. Este es un espacio de aproximadamente media hectárea que conserva diversidad de plantas.

“Algunas traídas de otros lugares del país, regiones fuera del país, algunas muy vulnerables. Otras muy destacadas como La Ceiba que es uno de los árboles más grandes de San José, entonces esta viene dándose de alrededor de 1945 a principios de la creación de la Universidad inclusive”, comentó Díaz.

Otro espacio con años de existir es la Reserva Ecológico Leonelo Oviedo, conocida como el Bosquecito Leonelo Oviedo. Este espacio, que se encuentra entre la Escuela de Biología y la Escuela de Economía, se desarrolló como un lugar de regeneración. En la década de 1960, luego de albergar escombros de construcciones, en esta zona se produjo un estudio que demostró que el bosque puede regenerarse. Estos espacios representan un impacto positivo para el ambiente y la educación. Luego de la investigación, ambos espacios se adaptaron y se abrieron al público para poder generar enseñanzas sobre la preservación de la naturaleza.

“Alrededor del año 2006 en el Bosquecito Oviedo, empezamos a trabajar con un plan de educación para traer estudiantes de escuelas públicas cercanas a la zona; se hacían recorridos, se les enseñaba sobre la diversidad del lugar y lo interesante era escuchar a los niños, pues muchos de ellos nunca habían estado en ningún lugar natural. Entonces, eso les dio una oportunidad de tener su primer contacto con la naturaleza, de insectos, ver plantas, ver diferentes interacciones de organismos. Les estábamos enseñando la importancia de la preservación de estos lugares para poder observar la naturaleza”, explicó Díaz.

Jardín Botánico José María Orozco. Fotografía: Marco Díaz Segura

Para Díaz, ninguna colección está exenta de poder utilizarse de otra manera que no sea la investigación, dado que representan una oportunidad para la docencia y la acción social, así como para incentivar el cuidado del medio ambiente en la población.

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